miércoles, 30 de mayo de 2018

Relato de exploración: La sima de Itolaz (Valle de Erro)




“Los resultados aleatorios de una exploración en cavidad pueden llegar a desanimar al más intrépido explorador de los abismos … con el tiempo, encontraremos la plenitud en la acción misma de explorar, dejando las grandes cifras para libros y catálogos”         
Técnicas de espeleología alpina por G. Marbach y B. Tourte


He aquí el relato de las exploraciones acaecidas durante varias semanas en la Sima de Itolaz. La historia comienza, como viene siendo habitual, con una conversación con los lugareños, en la que nos hablan de una sima de amplia boca en la cual “no se llega a ver el fondo”. Conocida y evitada desde tiempos remotos por los pastores, la sima permanece escondida entre gruesos bojes, que a propósito han dejado crecer con ánimo de proteger el ganado.

“Una vez, se cayó una oveja a la sima. Un joven de un pueblo cercano, que se manejaba con cuerdas y aparatos, descendió por el agujero para intentar buscarla. Encontró a la oveja muerta en el fondo” nos cuentan.

Guiados por uno de los pastores nos dirigimos a la zona. Un bonito campo ganadero tapizado de islotes de bojes, en los cuales las ovejas se refugian de las inclemencias del tiempo. En uno de ellos, el más grande, se encuentra nuestro objetivo. Avanzamos con cuidado entre los bojes y enseguida se abre ante nosotros un majestuoso pozo, de unos 15 metros de diámetro y tapizado de musgo en su totalidad. Las primeras estimaciones nos dan unos 45 metros de profundidad, así que nos ponemos manos a la obra. Obviamente, el joven que descendió en busca de la oveja debía de ser espeleólogo para bajar por aquí, pero no encontramos ni un solo anclaje en todo el diámetro. Probablemente descendió de una tirada desde los gruesos bojes que lo rodean.





Comenzamos una  instalación que se complica más de lo que podríamos haber imaginado. Varias repisas a escasos metros de cabecera nos obligan a instalar tres fraccionamientos aéreos y algo incomodos de pasar, tras los cuales, una larga tirada en volado nos deja en la base.

En este punto estamos ya ensimismados con su belleza. El pozo, que mantiene su anchura en toda la vertical, está claro que en su día recibió un aporte importantísimo de agua, aunque a día hoy se encuentra practicamente fósil.

Tal y como hemos visto en otras simas de la zona, el pozo se ha ido colapsando de rocas paulatinamente, probablemente desde que lo abandono el curso de agua, quedando obstruido a una profundidad de unos 45 metros. Esta es la cruz con la que tenemos que convivir en el valle de Erro, imponentes pozos que en su día probablemente pertenecieron a grandes sumideros, colapsados completamente por el paso de los años. No obstante, nuestra experiencia nos dice que si encontramos pequeños recodos que nos permitan cortocircuitar la obstrucción es probable que topemos con pozos secundarios, habitualmente menos colapsados.




La cavidad se desarrolla a favor de una fractura en la roca este - oeste, y en uno de sus lados aparece el primer paso obvio, una grieta de unos tres metros de altura que nos abre paso a una sala en cuyo fondo encontramos una chimenea de grandes dimensiones, que por su altitud, estimamos, conecta con una pequeña ventana que se abre en la mitad del pozo de entrada. Nuestras sospechas se confirmaran, días más tarde, cuando apreciamos que las chovas anidan en dicha chimenea y acceden a ella a través del estrecho paso que se abre en la mitad de la pared de entrada.


Bonitas formaciones en la chimenea de las chovas


A primera vista la cavidad termina en este punto, pero no nos damos por vencidos, es un pozo importante y con toda probabilidad ha de tener continuación bajo el suelo que pisamos. Enseguida ponemos la vista en el lado Este de la cavidad, donde una estrechísima grieta se va abriendo paso por la roca hasta donde nos alcanza la vista. Es obvio que por la grieta no cabe una persona, pero fijándonos con cuidado apreciamos que según desciende se va ensanchando paulatinamente, quizás hasta la anchura de una persona.
Tanteamos. 

La primera piedra cae por la grieta y tras varios rebotes en sus paredes vuela unos segundos y un golpe sordo nos avisa del fondo. Pero la cosa no acaba ahí, se oye la piedra rodar por una pendiente y finalmente otro golpe sordo. Un segunda y una tercera piedra nos dicen lo mismo.

Se confirman nuestras sospechas, tras el estrecho meandro hay un pozo de entre quince y veinte metros que termina en una pendiente rocosa. ¿Quizás una sala? Se nos iluminan los ojos. Está claro que los trabajos serán duros, pero somos conscientes de que si logramos atravesar varios pozos colapsados es probable que entremos en el antiguo sistema acuático subterráneo, y quien sabe dónde nos llevaría.


Lo vamos a intentar.


Las consecutivas jornadas fueron sucediéndose entre el barro y el frio. Penosas jornadas de cavar, desobstruir e intentar forzar un paso que no da tregua. La estrechez de la grieta, amén de su humedad e incomodidad, nos impide trabajar de forma efectiva; teniendo que innovar en cuanto esta en nuestra mano para hacer un poco más sencilla la tarea. Palos, garfios, cuerdas, todo lo que esta a nuestro alcance para intentar retirar las piedras que nos impiden el avance.


Base del P40 después de la desobstrucción. 

Finalmente, tras varias jornadas y decenas de piedras retiradas, nos ubicamos sobre la vertical del pozo. El sitio es estrecho. Apenas nos deja sitio para trabajar un pequeño pasamanos y una cabecera digna.

El paso clave, antes cubierto de rocas, tras la dura desobstrucción. 


El paso desobstruido visto desde abajo. 


Instalamos la cuerda y descendemos, no sin cierta dificultad. Lo que encontramos nos asombra. Nos hayamos en el lado estrecho de un precioso pozo de blancas paredes y de amplias dimensiones. Formado desde la grieta que hemos dejado sobre nuestras cabezas, se abre en forma de campana hasta alcanzar una anchura considerable, punto en el cual se encuentra colapsado de rocas. De nuevo la misma tónica.





Probablemente, a través de los años, las piedras del pozo superior han ido deslizándose por la grieta hasta colapsar este último.

En la base del pozo blanco. 

No obstante, la cavidad nos brinda una continuación. Una pequeña ventana a metro y medio de altura que en su día sería una pequeña vía lateral por donde se perdería un pequeño aporte de agua. Todavía queda esperanza. Avanzamos curiosos por dicha galería, de blancas paredes, donde se van sucediendo pequeños saltos en un suelo tapizado de arena. Hace muchos años que no corre agua por estos lares, pero está claro que en su día circulo por aquí un aporte que formo las pequeñas cascadas de varios palmos de altura.

Curiosa roca en equilibrio sobre la galería colgada.

Enseguida encontramos una nueva estrechez, esta vez suficiente para una persona y de morfología muy diferente a las anteriores. El curso de agua encontró en este punto una zona más blanda de roca, y formo una evidente cascada que se sumía en las profundidades por un pozo redondo perfecto.



Nos apresuramos a instalar el pozo, de unos 20 metros según estimamos, y lo descendemos sorprendidos por su belleza y uniformidad. Cuando llegamos a su fondo, nos encontramos con lo que nos temíamos desde su inicio.

El pozo está colapsado. Se acabó.



La morfología es diferente en este punto, la galería y pozo totalmente limpios de rocas nos indican que ya no llega el material del exterior, probablemente por encontrarse está colgada sobre el nivel natural. El pozo se encuentra tapado por antiguas arenas arrastradas por el agua y sobre las cuales se ha depositado alguna que otra formación.



No es una buena noticia, aquí termina nuestra exploración. Nos quedamos a 78 metros de profundidad pero sabemos que la cavidad esconde muchos secretos bajo nuestros pies. La tierra a decidido mantenerlos ocultos y en la más profunda oscuridad. Que así sea.

A modo de chiste irónico, encontramos allí el cráneo del que fuera el primer explorador de dichas galerías: Un tejón;  que en aparente expresión sonriente nos recuerda que mucho antes que nosotros hubo vida en ese punto. Mucha más de la que imaginamos.





Con la lección aprendida nos vamos para casa. Conscientes de que hemos explorado una cavidad de dimensiones humildes, cuyos números apenas destacaran en el mar de cifras que llenan los catálogos espeleológicos. Una cavidad que no pasara a la historia de la exploración ni inspirara a jóvenes exploradores. Pero hemos explorado un lugar tan importante como cualquier otro, que nos ha ayudado a entender un poco más los entresijos del macizo en el que nos encontramos, nos ha hecho crecer como espeleólogos y nos ha enseñado la importancia de perseverar.
Pero sobre todo, y por encima de todas las cosas, un lugar con el cual hemos conectado, quizás por el contacto con la roca fría, quizás por las horas que hemos invertido en él, o puede que por el instinto humano de amar la tierra sobre la que pisa. Sea como sea, este lugar se ha convertido en parte de nosotros, y nosotros nos hemos convertido en parte de este lugar.



El buzo solía ser amarillo...


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