Damos la bienvenida a esta pequeña colaboración que pretende darnos luz sobre algo que paso hace mucho tiempo y merece la pena recordar...
Definición:
un dolmen es una construcción funeraria de la Edad del Bronce (ca. III
milenio a.C. - I a .C), formada por una o más losas parcialmente
enterradas en posición vertical y otra o varias colocadas encima
horizontalmente a modo de cubierta. Habitualmente servía como sepulcro y
se cubría con túmulos de tierra o piedras.
Junto
con los menhires y los crómlechs, son los monumentos megalíticos (
mega=grande y litos=piedra ) más importantes, siendo los dólmenes los
más extendidos.
Los encontramos por todo
el occidente de Europa, sobretodo en la vertiente atlántica, aunque en
la Península se extendieron también a las zonas pirenaicas y
mediterráneas.
Fueron construidos durante
la Edad del Bronce, a principios de la Edad de los Metales, superado ya
el Paleolítico (el Hombre era nómada, cazador-recolector) y ya en pleno
Neolítico (se volvió sedentario al descubrir las ventajas de la
agricultura y la ganadería), y acabó descubriendo finalmente la
siderurgia (Edad del Bronce y Edad del Hierro)
“Nuestros dólmenes”
Cuando
posamos nuestras manos encima de una de estas losas inmensas, lo
primero que nos preguntamos es: ¿cómo trajeron estos pedrotes hasta aquí
y cómo los levantaron?
Bien, hay que
tener presente que gran parte de las afirmaciones sobre cómo y por qué
se hacían las cosas durante la Prehistoria son meras conjeturas, puesto
que no hay documentos escritos de la época que nos describan sus
acciones o pensamientos (la Historia propiamente dicha empieza justo con
la invención de la escritura, que dependiendo de la zona del Planeta,
ocurrió hace unos 3.000 o 3.500 años), y si bien nos han dejado
numerosas pinturas rupestres a través de las cuales podemos saber cómo
cazaban o a qué animales rendían culto, nada nos revelan sobre las
técnicas de construcción de estos monumentos funerarios ni sobre su
significado.
Así pues, podemos conjeturar que
lo primero que hacían era elegir el emplazamiento donde querían
levantar el dolmen, lo deforestaban mediante fuego (los restos de carbón
encontrados en la base de los dólmenes han permitido su datación por el
método del carbono 14), y a continuación cavaban las zanjas en el suelo
para asentar las piedras. Estas eran generalmente locales y conseguían
modificar su forma mediante cuñas, fuego y pulido. Para trasladarlas
usaban cuerdas y es posible que las arrastraran sobre maderos untados
con grasa. Al tiempo que alzaban las losas verticales, iban formando
alrededor el túmulo de tierra, tanto para ayudar a sustentar las paredes
como para poder subir las losas de la cubierta. Todo este trabajo arduo
y físicamente costoso, precisaba de voluntad comunitaria y de un líder
con conocimientos técnicos que dirigiera las acciones.
La
función principal de los dólmenes era la funeraria, puesto que la
mayoría son tumbas, pero no es descartable una función religiosa o de
lugar sagrado. También serviría para “marcar” un territorio, delimitando
el espacio de cada grupo o reivindicando la prioridad de paso de un
grupo sobre una ruta. Algunos sostienen que su función original era
precisamente la marca territorial, señalando y “privatizando” aquellas
zonas fértiles y aptas para el cultivo, que no eran muy abundantes en la
vertiente atlántica o pirenaica de la Península.
Otra
reflexión es que, como monumento funerario, no pasaba precisamente
inadvertido, sino que tenía una clara intención de “ser visto”, por lo
que en su interior no estarían enterrados todos los
miembros de una comunidad, sino sólo los más importantes (recordemos
que en la última etapa de la Prehistoria, con la generalización de la
agricultura y la ganadería que volvería al Hombre sedentario, las
estructuras sociales evolucionaron y se establecieron jerarquías).
Y para acabar unas cuantas consideraciones “in situ”:
Hace
5.000 años el Hombre, con exactamente la misma capacidad craneal que la
del Hombre del siglo XXI, era capaz de hacer aleaciones de estaño y
cobre para producir bronce, con el que fabricaba vasijas, herramientas
de caza y labranza, ollas, platos y utensilios para la vida diaria. Al
mismo tiempo, conocía el pastoreo, la agricultura del cereal y
leguminosas, tenía un exhaustivo conocimiento de la flora y la fauna de
su territorio, que le servía para alimentarse, era un artesano y un
orfebre y, por encima de todo, tenía la capacidad de adaptarse al medio
en el que vivía y llevar una vida más o menos plena.
Como
la inmensa mayoría de su arte mobiliar y rupestre se ha perdido en el
tiempo, lo poco que nos ha llegado es un tesoro valiosísimo que tenemos
que proteger y permitir que siga pasando a nuestra descendencia como el
gran legado de nuestros antepasados. Y es que, sorprendentemente, las
pocas muestras de su arte que han llegado hasta nuestros días son de un
calidad altísima (Picasso dijo: “Después de Altamira, todo es decadencia”)
y nos muestran unas mentes imaginativas, abiertas, creativas y sin
contaminar, capaces de entablar a través del arte una relación con la
Naturaleza que nosotros hemos perdido.
Los
dólmenes nos sorprenden por su vigorosidad, por su perennidad a través
de los siglos y los milenios. Ahí siguen, entre la Tierra y el Cielo.
¿Acaso
los muertos que yacen debajo de los dólmenes no han “alcanzado la
inmortalidad”? Podemos decir que esos hombres y mujeres sabían lo que se
hacían.
¿Y nosotros? ¿Sabemos lo que hacemos? ¿Qué dejaremos para el futuro?
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