sábado, 10 de enero de 2015

¿Qué sabemos sobre los Dólmenes en Navarra?


Damos la bienvenida a esta pequeña colaboración que pretende darnos luz sobre algo que paso hace mucho tiempo y merece la pena recordar... 


Definición: un dolmen es una construcción funeraria de la Edad del Bronce (ca. III milenio a.C. - I a .C), formada por una o más losas parcialmente enterradas en posición vertical y otra o varias colocadas encima horizontalmente a modo de cubierta. Habitualmente servía como sepulcro y se cubría con túmulos de tierra o piedras.

Junto con los menhires y los crómlechs, son los monumentos megalíticos ( mega=grande y litos=piedra ) más importantes, siendo los dólmenes los más extendidos.
Los encontramos por todo el occidente de Europa, sobretodo en la vertiente atlántica, aunque en la Península se extendieron también a las zonas pirenaicas y mediterráneas.

Fueron construidos durante la Edad del Bronce, a principios de la Edad de los Metales, superado ya el Paleolítico (el Hombre era nómada, cazador-recolector) y ya en pleno Neolítico (se volvió sedentario al descubrir las ventajas de la agricultura y la ganadería), y acabó descubriendo finalmente la siderurgia (Edad del Bronce y Edad del Hierro)



“Nuestros dólmenes”

Cuando posamos nuestras manos encima de una de estas losas inmensas, lo primero que nos preguntamos es: ¿cómo trajeron estos pedrotes hasta aquí y cómo los levantaron?
Bien, hay que tener presente que gran parte de las afirmaciones sobre cómo y por qué se hacían las cosas durante la Prehistoria son meras conjeturas, puesto que no hay documentos escritos de la época que nos describan sus acciones o pensamientos (la Historia propiamente dicha empieza justo con la invención de la escritura, que dependiendo de la zona del Planeta, ocurrió hace unos 3.000 o 3.500 años), y si bien nos han dejado numerosas pinturas rupestres a través de las cuales podemos saber cómo cazaban o a qué animales rendían culto, nada nos revelan sobre las técnicas de construcción de estos monumentos funerarios ni sobre su significado.

 Así pues, podemos conjeturar que lo primero que hacían era elegir el emplazamiento donde querían levantar el dolmen, lo deforestaban mediante fuego (los restos de carbón encontrados en la base de los dólmenes han permitido su datación por el método del carbono 14), y a continuación cavaban las zanjas en el suelo para asentar las piedras. Estas eran generalmente locales y conseguían modificar su forma mediante cuñas, fuego y pulido. Para trasladarlas usaban cuerdas y es posible que las arrastraran sobre maderos untados con grasa. Al tiempo que alzaban las losas verticales, iban formando alrededor el túmulo de tierra, tanto para ayudar a sustentar las paredes como para poder subir las losas de la cubierta. Todo este trabajo arduo y físicamente costoso, precisaba de voluntad comunitaria y de un líder con conocimientos técnicos que dirigiera las acciones.


La función principal de los dólmenes era la funeraria, puesto que la mayoría son tumbas, pero no es descartable una función religiosa o de lugar sagrado. También serviría para “marcar” un territorio, delimitando el espacio de cada grupo o reivindicando la prioridad de paso de un grupo sobre una ruta. Algunos sostienen que su función original era precisamente la marca territorial, señalando y “privatizando” aquellas zonas fértiles y aptas para el cultivo, que no eran muy abundantes en la vertiente atlántica o pirenaica de la Península.

Otra reflexión es que, como monumento funerario, no pasaba precisamente inadvertido, sino que tenía una clara intención de “ser visto”, por lo que en su interior no estarían enterrados todos los miembros de una comunidad, sino sólo los más importantes (recordemos que en la última etapa de la Prehistoria, con la generalización de la agricultura y la ganadería que volvería al Hombre sedentario, las estructuras sociales evolucionaron y se establecieron jerarquías).



Y para acabar unas cuantas consideraciones “in situ”:
Hace 5.000 años el Hombre, con exactamente la misma capacidad craneal que la del Hombre del siglo XXI, era capaz de hacer aleaciones de estaño y cobre para producir bronce, con el que fabricaba vasijas, herramientas de caza y labranza, ollas, platos y utensilios para la vida diaria. Al mismo tiempo, conocía el pastoreo, la agricultura del cereal y leguminosas, tenía un exhaustivo conocimiento de la flora y la fauna de su territorio, que le servía para alimentarse, era un artesano y un orfebre y, por encima de todo, tenía la capacidad de adaptarse al medio en el que vivía y llevar una vida más o menos plena. 

Como la inmensa mayoría de su arte mobiliar y rupestre se ha perdido en el tiempo, lo poco que nos ha llegado es un tesoro valiosísimo que tenemos que proteger y permitir que siga pasando a nuestra descendencia como el gran legado de nuestros antepasados. Y es que, sorprendentemente, las pocas muestras de su arte que han llegado hasta nuestros días son de un calidad altísima (Picasso dijo: “Después de Altamira, todo es decadencia”) y nos muestran unas mentes imaginativas, abiertas, creativas y sin contaminar, capaces de entablar a través del arte una relación con la Naturaleza que nosotros hemos perdido.
Los dólmenes nos sorprenden por su vigorosidad, por su perennidad a través de los siglos y los milenios. Ahí siguen, entre la Tierra y el Cielo.



¿Acaso los muertos que yacen debajo de los dólmenes no han “alcanzado la inmortalidad”? Podemos decir que esos hombres y mujeres sabían lo que se hacían.

¿Y nosotros? ¿Sabemos lo que hacemos? ¿Qué dejaremos para el futuro?



Gemma Morraja Bullich


Visita también:
 
Ruta de los dólmenes de Navascués y Foz de Benasa 
 

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