domingo, 31 de diciembre de 2017

Y ocurrió así: 2018

Reproducimos parte de un texto escrito por una compañera nuestra que nos parece muy apropiado para pensar tod@s en el nuevo año. 

Feliz Navidad y próspera espeleología 2018


Eguberri on!



Y ocurrió así:

El Ártico se derretía y los osos polares se quedaban sin hielo que pisar.

El capitalismo arrasaba las civilizaciones a una velocidad comparable con el ébola hace unos años, aunque sus efectos eran incluso más devastadores que los del virus.

Se talaron bosques frondosos, repito bosques frondosos, verdaderos pulmones verdes de la Tierra, para sembrar cereales transgénicos de alto rendimiento, monocultivos que desertizaron hectáreas enteras de Planeta. Los huracanes y los tifones avanzaban cogidos de la mano y se iban quedando sin nombres propios.

Era posible ver mariposas revoloteando sobre los crisantemos del cementerio un 1 de noviembre y a los pies de las tumbas, hormigas exhaustas trajinando tras un verano sin fin. Cruzando el cielo, en todas direcciones, pequeños grupos de grullas volando sin brújula fiable.

Era posible ver a Donald Trump diciendo que no creía en el cambio climático y sí en una América más grande, mientras se oían las microexplosiones del fracking por todo el país y lo que quedaba de los nativos americanos en pie de guerra contra salvajes oleoductos que cruzaban las tierras de sus antepasados.

Cientos de cetáceos quedaban varados en playas de poca profundidad, desorientados con tanto lío de señales acústicas de submarinos, repetidores y petroleros... Por encima de sus cabezas las gaviotas volaban en círculos, con los estómagos llenos de plástico, cagando extraños excrementos multicolor.

Varios kilómetros por encima de la casa de madera desvencijada de Pipi Calzaslargas, varios kilómetros por encima de las gaviotas-bomba y también de la playa de ballenas atascadas, un agujero monstruoso del tamaño de América del Norte parecía que por fin paraba de crecer. Aunque, como una nevera mal cerrada, dejaba escapar el frío por su interior, y la temperatura subía y subía...

Y ocurrió así:

Los gurús del momento estaban en youtube, ajenos a los males de la Madre Naturaleza y dirigían a las generaciones futuras hacia una realidad paralela poco preocupada por su propia supervivencia... 

Mientras paseaba por el lecho ahora desnudo y triste del río, una abuela iba contando a sus biznietos el cuento de Caperucita por enésima vez, y en la mente de los pequeños Caperucita llevaba móvil y minifalda y el lobo era en realidad un holograma. 

Si cerraba los ojos, la abuela podía sentir de nuevo en su flanco el roce del cuerpo del lobo, cuando siendo niña, una noche que se le hizo tarde con las vacas en la montaña, la manada la escoltó valle abajo. La fuerza de esos músculos peludos se le quedó gravada para siempre... y ahora sentía una profunda tristeza cuando miraba a los suyos y entendía que nunca verían un lobo de verdad, ni conocerían la escala real de las cosas.

En otro pequeño pueblo del norte la globalización producía extraños fenómenos paranormales, como que sus habitantes celebrasen Halloween creyendo que se trataba de una tradición ancestral nacida en los valles pirenaicos a la par que el euskara. Un anciano con txapela, excluído de la globalización, observaba a los niños con sus disfraces baratos comprados en el chino y recordaba las calabazas y las velas que llenaban las noches negras de su caserío familiar el día de Difuntos. El miedo era preferible, un millón de veces, a la inconsciencia.

Mientras tanto, en un taller clandestino de un suburbio gris y contaminado de cualquier ciudad de China, una mujer terminaba su turno. A su lado se amontonaban decenas de trajes de Spiderman, cosidos con bobina de hilo azul, un azul eléctrico que la mujer sólo conocía en sueños. Después de doce horas ininterrumpidas de trabajo, se dejaba caer en un catre adaptado en el fondo de la misma fábrica y se preguntaba qué sentido tenía... vivir. Luego soñaba que era un pájaro con cresta que cruzaba volando un precioso cielo azul eléctrico.

El concepto de "lucha obrera" aparecía en algunas enciclopedias impresas en papel satinado como una rareza del siglo diecinueve y principios del veinte, extinguida como muchos manantiales de topónimos centenarios. 
Un poco más arriba, en la misma enciclopedia, se podía leer: "Esclavitud: relación que se establece entre dos individuos y que implica el completo dominio de uno hacia el otro, por el cual el segundo (el esclavo) es propiedad del primero (el amo). Abolida en Estados Unidos por Abraham Lincoln en 1863, actualmente está prohibida en casi todos los países". 

Un alto cargo de las Naciones Unidas veía la televisión en su casa acristalada junto el lago de Ginebra, tumbado en un sofá de piel de oso polar. La CNN emitía un reportaje sobre la venta de seres humanos en Libia, subsaharanios que soñaban con cruzar a Europa, cuyo precio oscilaba entre los 150 y los 400 euros por cabeza. El hombre pálido cambiaba con pereza de canal y hacía señas a la sirvienta para que le fuera calentando la cena. 

Los periodistas seguían siendo los imprescindibles del milenio.

"Arbeit macht frei", el trabajo nos libera, seguía en pie en la entrada de Auschwitz (Polonia, Europa), con la B boca abajo, como la mirada insubmisa del herrero obligado a forjarla. Rebaños de turistas cruzaban el triste dintel con el corazón encogido, como en su día lo cruzaron rebaños de judíos. Letras negras sobre fondo para siempre gris, desafiantes ante la posibilidad remota pero no descartable de que otro loco, en el futuro, acuñara una frase más perversa que esa. 

Y en el mismo día en que moría el último superviviente de un campo de exterminio nazi, y por fin conseguía descansar en paz, hordas de cabezas rapadas tatuadas con la cruz gamada, jóvenes nacidos y criados en la cuna de la civilización occidental, lo celebraban emborrachándose y destrozando lo que encontraban a su paso.


Y ocurrió así:

Un loco (o un listo), hijo de otro loco (también listo), a su vez hijo del listo primigenio, dejaba ver su silueta cada día más oronda en el desfile de las fuerzas armadas de su país, del cual él era el Dios supremo, el Creador, el Puto Amo, y la nación entera le rendía pleitesía. Las sonrisas y las lágrimas de sus súbditos, cantando himnos y lanzando vítores de "¡Larga vida al Gordo!" eran la prueba viviente de que lo peor del ser humano plastificado aún estaba por llegar. 

Por el contrario, su país gemelo del sur intentaba zafarse de las garras del consumismo. Una mujer escribía en soledad "La vegetariana", con la esperanza de que alguien comprendiera el peligro que corría su cultura milenaria, fagocitada por la versión más brutal y salvaje del capitalismo, la "2.0 Países Emergentes".

La literatura, la música, la poesía, el arte... se dedicaban a denunciar débilmente los excesos del momento con la fuerza de un gatito extraviado en pleno aguacero. En muchos países, ver a alguien leyendo un libro en público empezaba a considerarse algo realmente raro, casi sospechoso. 

Las lenguas se simplificaban a favor de una mayoría ignorante, "pues el idioma es algo vivo que tiene que adaptarse a los nuevos tiempos", proclamaban los calvos académicos desde sus tronos apolillados donde no les llegaban los pies al suelo... y así colaboraban conscientemente en hacer al pueblo más estúpido e ignorante para que no pudiera gobernarse nunca solo (sin tilde). En pocos años, se enseñaría en las escuelas a leer y a escribir como en Japón se enseñaba ya la Caligrafía antigua, el significado de algunos de cuyos caracteres ya nadie conocía. 

Alguien andaba removiendo con el palo de madera el caldo de bienvenida, agridulce y empalagoso, de un nuevo líder. Y la chusma babeaba, paladeando el nuevo fertilizante extradulce para su estupidez, mientras se reproducía como una plaga a ritmo de regaetton.

Las viejas brujas sentían debilitarse su poder y les costaba encontrar aprendices de corazón puro entre las jóvenes. Su mirada ya no era chispeante como antes, una nube de preocupación las seguía adonde fueran... ¿quién plantaría cara al poder cuando ellas ya no estuvieran?

La sabiduría popular, los remedios naturales, la caza de supervivencia, los secretos del campo y de la huerta, el pastoreo, la cría y aprovechamiento del cerdo, la apicultura, las conservas caseras... todo el saber acumulado por la raza humana durante milenios se perdía como el trigo de un saco pinchado por abajo a mala leche, y se vaciaba a cada sacudida de pantalla de cualquier serie de Netflix. Cada grano de trigo desperdiciado significaba un secreto y un descubrimiento...

Muchos humanos vivían vidas virtuales que robaban a otros, y no sentían ningún tipo de complejo por ello. Hasta se veían a sí mismos como una especie de superhéroes.

El mar seguía siendo el mayor de los misterios insondables, el mar y algunas simas que desaparecían kilómetros tierra adentro (ahora sabemos que Jules Verne se quedó en la superficie en su Viaje al Centro de la Tierra, y Jacques Cousteau nos mostró apenas una quinta parte de los océanos). Sólo permanecían vírgenes algunas zonas muy concretas de la selva amazónica, donde decían que no llegaba el GPS ni la civilización... puede que alguna isla perdida del Pacífico y el Espacio Exterior, afortunadamente infinito.

El influjo de la luna sobre las mareas seguía intacto de momento, y las mareas solían arrastrar a las playas "extraños frutos" inertes. Puede que la mayor tragedia de la humanidad estuviera sucediendo entre la espuma de las olas. Con cientos y miles de náufragos al cabo de los años, el mar parecía un Dios airado e insaciable que había que apaciguar con sacrificios humanos. 


Termino con una imagen.

Había una especie de delfín blanco, que nadaba solo bajo bloques de hielo, en completo silencio. 
Era ciego. 
No sé más. 
A veces sueño que soy ese delfín. 
Que me envuelve el silencio. 
Me muevo despacio porque no voy a ningún lado, solo vago por el espacio infinito de un mundo sumergido, silencioso y oscuro. Siento paz.






Gemma M.B. del blog Solaenprosa.blogspot.com.es

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